Esta mañana, como suelo hacer cada día al despertar, aunque sólo sea para saber a que atenerme con el tiempo, he mirado por la ventana y me he quedado embelesada observando al árbol del jardín. Todo parecía perfecto, sol, ninguna nube, las sábanas de alguien del vecindario tendidas (indicativo de que no lloverá), hasta que ¡AHHH HORROR!, me he dado cuenta que hay una hoja marrón en el árbol. Ha sido una sensación como la de descubrirte la primera cana. NOOOOO. No digo la primera arruga, porque su aparición me pilló entre partos y embarazos y su importancia quedó relegada a un plano secundario. Tal vez penséis que soy una exagerada, si tan solo es una entre un millón, cierto (exagerada puedo ser un pelín), pero luego en la calle me he ido fijando y son bastantes los árboles que empiezan a cambiar el color de sus hojas. Eso sólo significa una cosa y quienes hayan pasado aquí algún otoño o invierno, sabrán de lo que estoy hablando.
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