Así de majo estaba el hombre de la barba el pasado día 6 de diciembre. Bien abrigadito y en su caseta de madera entrepuestecillos de comida, pieles y artesanía del mercadillo de Navidad de la plaza de la catedral. Atendía a niñxs y adultos que quisiesen hacerle llegar sus deseos o entregar carta en mano. Por supuesto, mis hijos, tan vergonzosos como siempre ni se quisieron acercar. Y desde que hace unos años visitamos en Rovaniemi al que durante mucho tiempo ha sido para ellos "el único y verdadero Papá Noel", miran con reticencia a cualquier otro hombre vestido de la misma guisa, al que consideran un impostor. Por aquello de ponerlo en positivo yo les decía que eran ayudantes, y ahí dejaban sus pesquisas, en fin ¡qué bien lo pasamos en aquel viaje! y qué efectos colaterales hemos sufrido después.
Ahora estamos en ese momento en que ya saben todo lo que tienen que saber, pero se han reseteado y no saben a que atenerse, quieren seguir soñando,pero al mismo tiempo les da vergüenza habar del tema fuera de casa.
Yo, por mi parte, ya he cumplido con mis niñxs prestados, como todos los años, ejerciendo de elfa y cantándoles las cuarenta por las cosas pendientes, reforzando logros y repartiendo ilusión. ¡Qué bien me lo paso escribiendo esas cartas!
viernes, 15 de diciembre de 2017
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