Casi tres años y algunos meses ya del retorno, se ha pasado volando.
Los primeros meses fueron raros, pero raros de verdad.
Nada más llegar nos lo tomamos como si hubiésemos vuelto a casa por vacaciones: todo juerga y diversión. Pero a los 15 días algo cambió en mi cabeza, fue como un click que me hizo verlo todo claro y confieso que durante los primeros meses estuve tentada de volver a Finlandia. Tenía clarísimo que quería volver con mi ardilla, mi bici, el bosque los lagos y esos caminos de gravilla en los que tantas veces he despotricado.
Qué curiosa es la cabeza y que malas pasadas juega a veces, es que aún ni había llegado nuestro contenedor de la mudanza y yo ya tenía clarísimo que quería volverme al Norte, estaba dispuesta a mandar al camión de nuevo a Finlandia, menos mal que el padre de mis hijos tiene más cabeza que la suscribe.
Yo estaba preparada para muchas cosas, pero como la realidad siempre supera la ficción, pasó justo lo que no esperabas, que mi cabeza se quedase en Finlandia. Sí, yo que tenía clarísimo que quería volver, yo que después de casi seis años seguía guardando las cajas de la mudanza de ida en el trastero (sabía que íbamos a volver, por lo tanto las iba a necesitar, así que para qué tirarlas. Allí han estado más de cinco años, cogiendo polvo, pero me negaba a tirarlas) y alo raro raro al volver es el no tener tan claro cual es tu casa. Tres años y varios meses después, parece mi cabeza ya ha adumido el cambio, ya sigo la rutina, es como conducir: metes primera, segunda y pa' lante. Cuando lo pienso veo/leo noticias, me da morriña, pero sino, ya no lo pienso, no sería muy sano.
En los primeros meses, me habría vuelto sin dudarlo, es que lo tenía clarísimo, yo le decía al padre de mis hijos "la hemos cagao, ¿nos volvemos?", de repente me faltaba todo aquello, me dolía por dentro. No podía entender que me estaba pasando y lo peor es que en lugar de ir a mejor, cada día que pasaba tenía más claro que quería volver. Echaba de menos cosas tan básicas como la cocina de nuestra casa, el horno, el árbol de jardín, asomarme por la ventana. Cosas o tiempos tan básicos que hasta parecen ridículas. echaba de menos nuestras rutinas, nuestro espacio. Eso me hizo darme cuenta una vez más de que el día, lo forman esos pequeños momentos y que esos pequeños momentos son los que hacen el día grande.
Me chocaba el ruido, el ruido de Madrid, los olores. En Finlandia las cosas no huelen y las personas tampoco, o parece que usan menos mejunjes, todo es más neutro, ¿será por la distancia solcial?. No, es algo que va en la gente, recuerdo que en los vestuarios del trabajo había un cartel que prohibía, sí, PROHIBÍA usar colonias fuertes o perfumes, tampoco se permitían ambientadores. Ni siquiera el detergente tiene olor. Me molestaba estar en la playa y estar oliendo las cremas de todas las personas de las toallas de alrededor, yo quería oler el mar, la arena, pero el olor de los cosméticos me superaba. Hasta me molestaban que la gente pusiese su toalla tan cerca de la mía, sin respetar un espacio mínimo, un espacio natural.
Mi vuelta al trabajo en España me desbordó un poco porque fue muy rápida, los pollos estaban aún sin escolarizar, los papeles sin hacer, sin casa, y con la cabeza en otro país volver a trabajar me parecía un mundo y hacerlo en español se me hacía raro, algunas cosas parecían tan sencillas y otras, como rellenar papeles burocráticos me parecían complicadas. Misterios de la mente. Eso sí, qué facil trabajar en tu propio idioma aún habiendo estado 6 años fuera.
Son muchas cosas las que te chocan cuando vives entre dos países.
0 comentarios:
Publicar un comentario