jueves, 11 de enero de 2018

No me chilles que no te veo

Hacía tiempo que no me veía en una igual.
Cuando las cosas se tuercen, a veces se tuercen hasta decir basta.
El amigo Murphy decide aparecer y no hay nada que se pueda hacer. Decide quedarse y se queda.
Hace poco tuve que coger un vuelo con la tropa al completo, dos adultos, tres niños, equipaje de mano al completo (maletas a rebosar) y dos maletas a facturar.
A las 5 de la mañana ya estábamos en marcha, con un niño recién salido de un virus vomitoso (iba zombi), otro que no paraba de vomitar todo lo que entraba en su cuerpo, adulto y otro pollo aparentemente sano (al que no dejé apenas desayunar por si también caía) y una madre cojita.
Llegamos al aeropuerto y tras facturar, pasar controles, recolocarnos y demás rutina nos sentamos en el avión (previo vómito en bolsa preparada para tal efecto en la puerta de embarque). Nos sentamos, acoplamos maletas, el avión que no sale. El avión que no sale. Que si falta un papel. El avión que no sale.Una hora más tarde, cuando cuatro de 5 ya nos habíamos dormido, nos comunican que el avión esta roto; Otra vez para fuera: niño vomitoso con un color nada saludable para fuera, otro medio zombi fuera, el sherpa cargando con todo lo que no podían sus hermanos que apenas podían con su cuerpo fuera, un padre con un pata negra cargado a la espalda (cuya pezuña asomaba por la mochila) y varias maletas por mano fuera y una madre con tacones invisibles (caminando de puntillas al no poder apoyar el pie). Total un espectáculo. Por suerte había otra familia parecida a la nuestra, tenían un porrón de hijos, no sabría decir cuantos, a mi me parecieron un montón aunque solo recuerdo haber contado tres. Llevaban aún más maletas y bolsos que nosotros (lo sé porque a la azafata del avión no se le pasó la gran cantidad de bultos y la madre leona se defendió con todos sus derechos) y supongo que habían tenido algún problema previa con la facturación porque llevaban zapatillas y otros accesorios colgados de las mochilas. Aún así no perdían el humor y en el cambio de avión, -se nota que ellos no llevaban zombis ni vomitosos-, se pararon en medio de la pista para hacerse un selfi con los aviones, el mogollón de hijos, las maletas, las zapatillas colgando y un amanecer que por cierto era espectacular.
Entre las dos familias podíamos haber formado lo que desde entonces denomino un "no me chilles que no te veo" por lo absurdo de la situación.
Lo importante es llegar y llegamos, así que nos damos por satisfechxs.

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