domingo, 8 de enero de 2017

Las luciérnagas

¿Dónde va a parar?, o mejor dicho: ¿cómo vamos a acabar?.
Recuerdo que el primer otoño que pasamos aquí miraba con horror los reflectantes que llevaba todo el mundo colgando de la ropa: feos, incómodos... Ya dije en aquel entonces que durante los meses de mayor oscuridad es obligatorio llevarlos, lo marca la ley de seguridad vial para evitar accidentes. Recuerdo que en aquel entonces, aunque sólo llevábamos un reflectante por persona (que nos los regalaron en la guarde de los niños) me sentía cual arbolito de Navidad con ese colgajo en el abrigo, en la mochila o donde quedase más a la vista.
Bien, eso era allá por octubre de 2013, unos años después, debo reconocer que me deben estar abduciendo estas gentes del norte,
se me congelan las neuronas y ya no furrulan como antaño, puede que sea la edad, no sé, da igual, el caso es que las consecuencias son gravísimas. Los reflectantes ya no es sólo que no me molesten sino que he estado a punto de comprar alguno voluntariamente (que conste que he dicho "a punto", aún no he llegado a comprar ninguno, aún tengo posibilidades de salvarme). Ahora años después, llevamos parches reflectantes en ropa, mochilas y periféricos, y lo que es aún peor, los chicharras llevan una lucecilla colgada de la cremallera del abrigo (parecen luciérnagas) y el padre de mis hijos lleva una luz parpadeante en la mochila. O nos mudamos pronto o en breve vamos a parecer una feria ambulante.

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