jueves, 6 de noviembre de 2014

La flautista de Vantaalin

Poco a poco voy asumiendo cosas de la convivencia y crianza infantil que serían impensables en otras muchas partes del mundo; acepto que mi primogénito vaya sólo al cole (porque está a dos minutos de casa y no hay que cruzar carreteras), pero admito que le acompaño la mitad del camino y espero a que desaparezca en la lejanía. Él se va contento, orgulloso y satisfecho porque ya es mayor, yo... aún me quedo con el corazón encogío, pero cada vez lo llevo mejor.
Con lo que sigo sin poder es con lo de que jueguen solos en los parques públicos, lo siento pero no puedo. He llegado a poder dejar a uno, sólo a uno jugando con un amigo o amiga en el parque de casa (mientras yo observaba por la ventana); les he dejado a los tres esperando en el parque de la comunidad cuando se me olvida algo en casa (algo que es cada vez más frecuente y me empieza a preocupar, no me dejo la cabeza porque la llevo pegada); pero en un parque abierto (rodeado o no de carretera), con eso no puedo. Tal vez algún día me sorprenda, tiempo al tiempo y seré capaz de dejarles.
Y escribo esto porque solemos ir los pollos y yo al parque que llaman "el parque de la tela de araña", les gusta ir allí porque van varios amigos del cole. Uno de esos amigos tiene dos hermanos, cuyas edades son exactitas a las de mis hijos (de 6 y 4 años), así que el niño de 7 va al parque a cargo de su hermano de 6 y de 4. Tal vez no sean su responsabilidad y cada uno se cuide a sí mismo, no lo sé. El caso es que cerca de ese parque, cruzando la carretera (como he dicho poco transitada, pero carretera) se va al bosque. Hoy he terminado en el bosque construyendo una cabaña de palos con: mis tres pollos, su amigo con sus dos hermanos y otros tres amigos más. En total sumaba un racimo de 5 niños de siete años, dos de seis y dos de cuatro, Total: nada. 
Todos corriendo por el bosque transportando palos. Sorprendentemente estaban perfectamente organizados, ni una sola disputa en las dos horas que ha durado la construcción, iban como hormiguitas, y se lo han pasado muy bien. Lo que me indica que algo equivocada debo estar.
Mientras les observaba (y permanecía invisible para ellos, porque aunque me ha costado ya no les digo con tanta frecuencia como antes lo de"cuidado con esto", "cuidado con lo otro", "no corras con los palos") no paraba de hacerme varias preguntas, mi cabeza funcionaba a la velocidad del rayo con el demonio y el Pepito grillo hablando en mi cabeza:¿sería mejor si yo no estuviese aquí?, ¿se sentirían más libres?, ¿estarán pensado: esta madre pesada que hace aquí?, a lo que mi conciencia respondía: ¡no!, y si se cae uno, y si se rompe la cabaña, y si pasa algo con un palo y si...y si... y si..; pero luego les veía tan tranquilos y seguros de sí mismos, tan felices de sus logros...
Sólo uno de todos los niños del racimo es nativo, el resto son extranjeros como nosotros, lo que me ha llevado a confirmar que, lo de dejarles solos no es algo culturalmente exclusivo de estos países del Norte.
Nunca pasa nada, pero por si pasara... de momento seguiré siendo su sombra, creo que es mi responsabilidad.

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